jueves, 9 de febrero de 2012

una isla desconocida

Cae la noche, y como gato bajo la luna me refugio en la soledad del pensamiento, reflexionar sobre aquello que hiciste cuando el sol todavía gobernaba, asegurarte de que mereció la pena el tiempo empleado en crear lo que, para mañana, será un nuevo día.
Con pasos silenciosos se acerca esa sensación de no saber hacia donde dirigirte, no ser capaz de acertar con el sentido del viento y decides dejarte llevar por la propia fuerza del mar, llenando los camarotes de valentía y coraje por lo que podamos encontrarnos mientras esta cabeza viaja a la deriva. 
Mientras tanto, aparece la desesperación, se acaba la paciencia y los nervios son cada vez mayores, pues aunque tenemos tierra a la vista, el propio naufragio con la isla puede acabar con todo el trabajo y el esfuerzo empleado en este viaje. No quiero perecer intentando pisar tierra firme, no quiero encontrarme en esa isla un infierno, ni estoy seguro de tener la posibilidad de sobrevivir en una isla desconocida, porque aunque los cantos de sirenas son cada vez mas agudos, la grave voz que resuena en mi desconfianza me dice con decisión que me guíe por mi instinto marinero y emplee lo aprendido surcando otros mares para salir de esta. 
Como buen marinero, que no se pondría nervioso en esa situación, un joven grumete, que observa desafiante la isla, se prepara para atracar en ella. 




martes, 7 de febrero de 2012

Estamos condenados a esto

Nos condenamos. Nuestra mente nos condena inmediatamente el momento que sigue a aquel en el que viene un pensamiento. Las ideas vienen como pájaros que posan en una rama, pero tienen su nido en otra parte que desconocemos, y ese nido es creado por nuestro propio sufrimiento. Nuestro dolor nos interrumpe la paz en la que no vuelan pájaros sobre la mente, y en el momento en el que nuestro pecho se encoje por algo, viene la idea, la inspiración.
Idealizamos cosas, deseos. Intentamos buscar lo mas parecido a aquello que tenemos idealizado, porque nuestra mente es capaz de imaginarlo, y el continuo fracaso en la búsqueda de algo que realmente no existe provoca el dolor que llama a la inspiración. Por eso estamos condenados a esto, condenados a seguir buscando aquello que tenemos idealizado, porque nuestra inspiración es una forma de vida, una calma al dolor, una forma de expresar de alguna forma qué es lo que nos provoca ese encogimiento en el pecho.